Es 2011, un 22 de julio concretamente, y hoy empiezan mis vacaciones. Me refiero a que voy a hacer un parón para descansar y para seguir recopilando momentos, porque uno no está todos los días ni nostálgico ni inspirado y se me acaba el material. El tema es que son unas vacaciones especiales, como algunas otras, porque ayer acabé un ciclo, literalmente…
Es 2008, un 15 de septiembre supongo, y hoy empiezo un ciclo nuevo. Estoy bastante nervioso, voy a reconocerlo. Vengo de dejar 3 años atrás de universidad, 3 años de amargura, 3 años sin conocer a nadie nuevo, 3 años de frustración, 3 años de ostracismo. Una carrera que debía sacar por todo lo invertido: tiempo, esfuerzo y dinero. Una carrera que me llevaría a programar durante 8 horas delante de un ordenador o arreglar los problemas que iban surgiendo en esta “maldita informática”, como decían los que normalmente generaban los problemas. La segunda opción era la que más me atraía, porque normalmente me gusta ayudar. Ya tenía el pelo muy largo, llevaba gafas, era introvertido y además me gustaba el mundillo, ¿no?
El metro me deja en Selva de Mar, y ahora solo tengo que bajar un par de calles, lo he visto en google maps. Paseo nervioso y veo un parque al otro lado de la calle, parece agradable y ¡oh! suena coldplay.
Entro en clase y veo 30 caras desconocidas, la mayoría con menos años que la mía. De momento es lo que me esperaba: ser el mayor en una clase de críos salidos de la ESO, con sus hormonas, su humor infantil y sus nuevas modas. Madre mía, dónde me he metido…
Es 2011, 21 de julio concretamente, y hoy es mi último día en la escuela de cocina. Me levanto empanado, como siempre. Cojo el metro, como siempre. Salgo del metro y decido ir por donde fui el primer día, por que soy un romántico, qué cojones. Pensaba que me traería recuerdos, pero no, llego como siempre. Me cambio, como siempre. Y subo a hacer servicio, como siempre.
El día es un poco raro, es decir, debería estar contento o triste por acabar, pero no, no noto nada especial. Al acabar el servicio me paso por la escuela a despedirme de todos los que quedan, “mucha suerte” y “un placer” a mansalva. Bajo al vestuario, como siempre. Y vacío mi taquilla, para siempre. Entonces llegó el momento que he estado esperando todo el día. En cuestión de segundos mi taquilla queda vacía, en mi estómago se hace un vacío y vienen a mí montones de recuerdos a la vez. No es una catarsis, ni lloro como un descosido, pero vuelvo a ser humano.
Porque mucho ha pasado en estos 3 años como para perdonarme el no emocionarme. Porque no sólo ha sido un oficio lo que me he llevado, también he recuperado la confianza que una vez perdí, incluso he ganado en otros aspectos. Me llevo un personaje, Don Antonio, un hombre infalible, un hombre seguro, un hombre valiente y un hombre que nada se parece al Antonio real. Y me llevo gente, compañeros de fatigas, que han hecho que vuelva a sentirme un niño, a sentir curiosidad, a estar alegre y tener ilusión. Y porque a pesar de sus más y su menos han hecho que me convierta en un tío que mola, que cojones…